Las tierras raras se han colado en la conversación pública porque están detrás de buena parte de la tecnología que utilizamos a diario y de la que necesitamos para descarbonizar la economía. En muy poco tiempo han pasado de ser elementos casi desconocidos a ocupar portadas por su peso en la industria, la defensa y la energía, y por el pulso geopolítico que desencadenan. La clave no es que falten en el planeta, sino que su extracción y sobre todo su procesamiento presentan cuellos de botella que condicionan el precio, la disponibilidad y la seguridad de suministro.
Este artículo aterriza sin rodeos en su impacto económico: qué son, por qué importan, quién controla la cadena de valor, cómo afecta todo ello a España y qué tensiones emergen entre grandes bloques. Reunimos datos, ejemplos y posiciones contrastadas para entender la combinación de mercado, tecnología, normativa y geopolítica que define el tablero de las tierras raras.
Qué son las tierras raras y en qué se distinguen de los minerales críticos
Se denomina tierras raras a diecisiete elementos químicos situados en la parte baja de la tabla periódica: los quince lantánidos a los que se suman el escandio y el itrio. Para una explicación más amplia sobre qué son y para qué sirven, consulte qué son y para qué sirven. Pese a su nombre, no son “raros” por escasez absoluta, sino porque rara vez aparecen en concentraciones suficientes para una extracción rentable, de ahí su complejidad técnico-económica.
Conviene separar conceptos: minerales críticos o estratégicos es una etiqueta más amplia que abarca cualquier materia prima esencial para la economía y con riesgo de suministro. Todas las tierras raras encajan como “críticas”, pero no todos los minerales críticos son tierras raras; ahí entran, por ejemplo, el litio, el cobalto o el cobre, con dinámicas de oferta y demanda propias.
Además, dentro de las tierras raras suele distinguirse entre las llamadas “ligeras” y “pesadas”, categorías asociadas a su química y usos industriales. Esta división ayuda a entender por qué ciertos elementos son especialmente apreciados para imanes permanentes o pantallas, mientras otros se orientan a aplicaciones más nicho en sanidad, defensa o láseres.
Un detalle nada menor: en un smartphone pueden convivir decenas de elementos químicos, incluidas varias tierras raras, y un avión de combate puede incorporar centenares de kilos de estos materiales. La interdependencia tecnológica es tan alta que un pequeño cuello de botella en un óxido concreto puede frenar líneas enteras de producción en electrónica o automoción.

Aplicaciones, demanda y el porqué de su valor económico
La “magia” de las tierras raras está en sus propiedades magnéticas, ópticas y electroquímicas cuando se combinan con otros elementos. Neodimio y disprosio, por ejemplo, permiten fabricar imanes permanentes de alta potencia, corazón de motores eléctricos y generadores eólicos que favorecen la electrificación y la transición energética.
Otras tierras raras como europio y terbio resultan fundamentales para emitir colores vivos en pantallas, mientras gadolinio o holmio encuentran hueco en equipos médicos avanzados como resonancias magnéticas y láseres. El abanico llega desde auriculares inalámbricos y robots industriales hasta sistemas de defensa y guiado, configurando una demanda transversal y creciente.
El apetito global por estos elementos se ha disparado con la electrificación del transporte, la digitalización y las energías renovables. Hay estimaciones que sitúan el crecimiento de la demanda acumulada entre el 400% y el 600% en las próximas décadas, especialmente en segmentos como imanes para vehículos eléctricos o aerogeneradores de gran tamaño.
Esta presión se traslada a los precios y a la planificación industrial. Un ejemplo ilustrativo es el óxido de neodimio-praseodimio, cuyo valor se disparó hasta rondar los 60.000 euros por tonelada en un corto periodo, reflejo del apetito por imanes potentes. En un mercado con pocos actores en refino, los altibajos de precio pueden ser bruscos, con impacto directo en costes y márgenes de fabricantes globales.
La sustitución es limitada. Existen alternativas parciales para algunas funciones, y se investiga en nuevos materiales con propiedades similares, pero el rendimiento no siempre iguala a las tierras raras. El reciclaje todavía tiene recorrido: apenas se recupera alrededor del 1% de estos materiales al final de la vida útil de los dispositivos, por lo que hay margen para mejorar diseño, logística y tecnología de separación.

Quién manda en la cadena: el liderazgo de China y sus implicaciones
China planificó hace décadas su posición en la cadena de valor, apoyando minería, refino y separación con una visión de largo plazo. En distintos periodos se le atribuye alrededor del 60%-75% de la extracción mundial y, sobre todo, entre el 85% y el 95% del procesamiento, el auténtico cuello de botella que da poder sobre precios y disponibilidad.
La combinación de economías de escala, subsidios y una normativa medioambiental históricamente más laxa que en Occidente consolidó esa ventaja. Hoy la industria china opera plantas de separación con tecnologías de extracción por disolventes que analistas describen como “una generación por delante” de competidores, lo que refuerza su competitividad en coste y pureza del producto.
El liderazgo se complementa con una política activa de cuotas, controles y almacenamiento estratégico, que puede extenderse a otros materiales críticos usados por la industria de semiconductores, como el galio, el germanio o el antimonio. En 2024 se reforzaron restricciones a la exportación de algunos de estos elementos, un recordatorio de cómo la seguridad económica y tecnológica se entrelaza con las cadenas de suministro.
En paralelo, se han documentado innovaciones relevantes en la propia minería. Investigaciones recientes en China reportan un método asistido por campos eléctricos con tasas de recuperación elevadas y menores consumos energéticos, además de reducir emisiones de compuestos asociados a la lixiviación. Si estas mejoras se consolidan a escala industrial, el gap tecnológico en extracción y refino podría incluso ampliarse durante años.
Para las empresas occidentales, el acceso a material chino puede requerir solicitudes donde se detalla uso final y procesos, con tiempos de respuesta inciertos. Ese contexto dificulta planificar producción en sectores como automoción o electrónica y añade tensión a dos ámbitos sensibles: la industria militar en Estados Unidos y la automoción europea, especialmente vulnerable en ciclos de transición tecnológica.
EE. UU., la UE y la carrera por reequilibrar la oferta
Estados Unidos pasó de contar con producción relevante durante la Guerra Fría a ver cerradas minas en los noventa por costes ambientales y competencia en precios. En los últimos años, la respuesta se ha acelerado. La Orden Ejecutiva 13817 reconoció el carácter crítico de 35 materias primas, incluidas las tierras raras, y se activaron medidas para agilizar exploración, procesamiento y financiación, además de buscar alianzas con Australia y Canadá.
La siguiente fase ha mezclado incentivos, aranceles en la guerra comercial con China y cooperación con socios. La denominada Minerals Security Partnership, lanzada en 2024 con una quincena de países, aspira a apoyar proyectos que aseguren materias esenciales para la industria tecnológica, desde la mina hasta el refino y la fabricación de componentes.
La política también cuenta. Se han barajado movimientos que van desde el interés por Groenlandia por su valor estratégico y recursos, hasta la presión para garantizar derechos sobre minerales en contextos bélicos. En el caso de Ucrania han circulado propuestas y contraofertas con cifras multimillonarias y reclamaciones de acceso a recursos, mientras la UE pone el acento en fórmulas “mutuamente beneficiosas” para asegurar materiales críticos europeos.
Con todo, incluso con minas nuevas en marcha, el consenso es que no basta con abrir yacimientos. Sin plantas de separación y refino, y sin capacidades industriales asociadas, la autonomía real no llega, y ahí radica la ventaja china para marcar ritmos y precios durante un buen trecho de años.
España: potencial geológico, proyectos y frenos
España aparece con oportunidades y dilemas. En Castilla-La Mancha, el área del Campo de Montiel alberga depósitos de monacita con neodimio, conocidos por el proyecto de Matamulas. Las estimaciones iniciales apuntan a cerca de 29,9 millones de toneladas de monacita, un volumen que, según algunos análisis, podría cubrir hasta un tercio de la necesidad anual europea de ciertos compuestos si se completase la cadena de valor.
Sin embargo, en 2018 la Junta de Castilla-La Mancha rechazó el proyecto por su elevado consumo de agua y por los potenciales impactos sobre especies protegidas como el lince ibérico o el águila imperial. El expediente simboliza el choque entre ambición industrial y salvaguarda ambiental que se repite en otras comunidades.
En Galicia, el caso de Monte Galiñeiro ha quedado en suspenso pese a su interés geológico, en buena parte por sensibilidades ambientales y rechazo vecinal. Similares tensiones se detectan en Extremadura y Andalucía, y muy especialmente en Canarias, donde estudios señalan recursos estimables en zonas con elevado valor natural y turístico.
En el archipiélago se ha llegado a hablar de varios millones de toneladas potenciales, equivalentes a alrededor del 1,5% de las reservas mundiales, aunque gran parte se localizaría en áreas delicadas. El acceso a recursos en islas con ecosistemas frágiles y alta dependencia turística obliga a extremar la cautela en valoración de riesgos, costes y beneficios sociales.
En paralelo, el Plan de Acción de Materias Primas Minerales 2025-2029 en España persigue dinamizar la extracción y el procesamiento con criterios de sostenibilidad, a la espera de su tramitación definitiva. El reto es doble: atraer inversión para una cadena nacional y, a la vez, responder a las exigencias ambientales y a las expectativas de las comunidades locales.
Costes, oposición social y el “no en mi patio trasero”
La explotación de tierras raras exige inversiones elevadas en exploración, extracción y, sobre todo, en plantas de separación, con controles ambientales estrictos. Competir contra actores con costes industriales más bajos y escala gigantesca complica la viabilidad económica de proyectos europeos, especialmente cuando se internalizan todas las exigencias regulatorias.
A ello se suma el factor social. En numerosos territorios emerge el conocido efecto NIMBY: se acepta la necesidad de imanes para la eólica o de metales para la electrónica, pero se rechaza que la mina o la planta de separación se ubique cerca. Sin canales de participación, beneficios tangibles para el territorio y garantías ambientales contundentes, el rechazo suele bloquear proyectos en fases tempranas.
Las administraciones locales, autonómicas y estatales están en el centro de ese equilibrio. El objetivo pasa por facilitar minería responsable, aportar seguridad jurídica y asegurar retorno en empleo y riqueza para el entorno, sin relajar estándares ambientales ni minusvalorar la biodiversidad o el agua en regiones con estrés hídrico.
Impacto ambiental: del subsuelo a la refinería
El impacto ambiental de las tierras raras depende del tipo de yacimiento y del proceso empleado. Hay explotaciones que apenas rascan la superficie y otras que exigen ir a centenares de metros de profundidad. Los procesos de separación pueden generar residuos y emisiones que, si se gestionan mal, dañan suelos, aguas y salud, lo que explica la sensibilidad normativa en Europa.
De hecho, se han comparado las emisiones de determinados procesos con las de la fabricación de acero, evidenciando que no todo el coste ambiental reside “en la mina”. El eslabón del refino es tanto o más crítico que la extracción, y por eso las capacidades industriales marcan diferencias en cumplimiento, huella y precio final.
Para reducir la presión ambiental, se exploran tres frentes complementarios. Primero, el reciclaje de dispositivos y componentes con alto contenido en tierras raras, mejorando clasificación y separación. Segundo, el ecodiseño para usar menos material por unidad de producto sin sacrificar prestaciones. Tercero, la búsqueda de materiales alternativos con propiedades similares, como aleaciones de hierro y níquel investigadas por su desempeño magnético, siempre con cautela por su estado de madurez.
Mapa de reservas y producción mundial
A escala global, se estima que China encabeza las reservas con decenas de millones de toneladas, seguida de Vietnam, Brasil, Rusia e India. En Europa ha destacado recientemente un hallazgo en Noruega que supera el millón y medio de toneladas, una buena noticia para la reducción de dependencias si prospera la cadena de valor local.
En términos de producción, China lidera con gran distancia y tras ella asoman Australia, Tailandia, Rusia o Madagascar. La Unión Europea parte de niveles muy bajos de extracción y prácticamente nulas capacidades en refino, lo que explica la urgencia estratégica por recuperar eslabones de la cadena.
En España, más allá de Matamulas, hay expectativas en Galicia, Castilla-La Mancha, Andalucía o Extremadura. Pero sin evaluación ambiental robusta y sin hoja de ruta industrial que incluya separación y procesamiento, la oportunidad quedará a medio camino, con riesgo de exportar concentrados y reimportar valor añadido.
Geopolítica en acción: restricciones, rivalidad y estándares
La geopolítica actúa como multiplicador del riesgo de suministro. China ha utilizado en ocasiones restricciones a exportaciones de materiales sensibles, con efectos inmediatos en industrias occidentales. Para Europa, la automoción es especialmente vulnerable; para Estados Unidos, el componente militar y aeroespacial siente la presión con mayor intensidad.
A este panorama se suma la competencia por asegurarse derechos sobre yacimientos y las cadenas de refino. Estados Unidos y la Unión Europea buscan acuerdos con terceros países, en particular con Ucrania, mientras Moscú asoma con ofertas de venta procedentes de territorios ocupados, un contexto complejo y cargado de implicaciones legales y éticas.
En este tira y afloja, la fijación de estándares ambientales y sociales puede convertirse en ventaja competitiva a medio plazo. Quien logre producir con menor huella, trazabilidad fiable y certidumbre regulatoria tendrá acceso preferente a clientes que quieren descarbonizar sus cadenas, incluso si el coste inicial es mayor.
Mercado y perspectivas: precios, innovación y cadenas resilientes
El mercado global de tierras raras ha crecido con fuerza y los analistas proyectan tasas de expansión de dos dígitos durante la próxima década, impulsado por electrónica de consumo, vehículos eléctricos y energías renovables. Los imanes permanentes concentran gran parte de la demanda incremental, acompañados por catalizadores, pantallas y usos de alta tecnología.
Al mismo tiempo, la innovación en procesos de extracción, separación y recuperación se perfila como vía clave para abaratar costes y reducir impactos. Los métodos que mejoran la eficiencia energética o la selectividad química y las nuevas técnicas de reciclaje pueden aliviar el cuello de botella si se escalan con rapidez y apoyo financiero.
Una lección que deja esta década es que la mina por sí sola no garantiza independencia. Sin refino local, sin convenios a largo plazo con fabricantes y sin capacidades de I+D específicas, la captura de valor se queda fuera. Reequilibrar la cadena exige inversión sostenida, colaboración público-privada y claridad sobre los permisos.
Cómo encaja España en el nuevo tablero
Para España, las tierras raras son una pieza de una estrategia industrial más amplia: reindustrialización verde, autonomía estratégica europea y cohesión territorial. La prioridad pasa por evaluar con rigor los proyectos con potencial, escuchar a las comunidades y movilizar financiación si las cuentas ambientales y sociales salen, incluyendo rehabilitación y monitorización postcierre.
En zonas con recursos, los beneficios deben ser tangibles: empleo cualificado, proveedores locales, infraestructuras y formación. La creación de capacidades en separación y refino sería un salto cualitativo que permitiría suministrar a la cerámica, el vidrio y la electromovilidad sin depender por completo del exterior.
Por su posición, España puede ser puente entre Europa y América Latina en materias primas críticas, y banco de pruebas de minería responsable en el entorno mediterráneo. Con planificación territorial, estándares exigentes y cadenas logísticas robustas, la etiqueta “made in Europe” en tierras raras puede dejar de ser aspiración y convertirse en ventaja competitiva.
Las tierras raras condensan la tensión de nuestro tiempo: electrificar y digitalizar el mundo más rápido sin desatender la naturaleza ni la cohesión social. En un mercado dominado por China en extracción y, sobre todo, en refino, Europa y Estados Unidos aceleran alternativas pero todavía parten de atrás. España tiene recursos, casos concretos en evaluación y una sociedad exigente con el medio ambiente; si logra alinear inversión, permisos y aceptación social, podrá convertir una oportunidad geológica en valor industrial y resiliencia para su economía.