La reciente ofensiva de Estados Unidos contra instalaciones nucleares en Irán ha desatado una oleada de nerviosismo en los mercados financieros y energéticos a escala global. El ataque, que sigue a semanas de tensión creciente en Oriente Medio, ha situado a los inversores y analistas ante uno de los escenarios más inciertos y delicados que se recuerdan en los últimos años.
En las horas inmediatas al bombardeo, los precios del petróleo han experimentado fuertes repuntes, mientras las bolsas globales y los activos de riesgo operan con gran cautela. La posibilidad de un bloqueo del estratégico estrecho de Ormuz —por donde circula aproximadamente una quinta parte del crudo mundial y una parte similar del gas licuado— se ha colocado en el centro de todas las miradas. Los temores a una escalada aún mayor del conflicto elevan la volatilidad en todos los sectores.
El petróleo y la energía, en el ojo del huracán
Desde el anuncio del ataque estadounidense, los futuros del petróleo Brent se han encarecido más de un 11% y el West Texas Intermediate estadounidense ha experimentado una subida similar. Las cifras no dejan lugar a dudas sobre el nerviosismo existente: los expertos apuntan a que, en caso de un cierre efectivo del estrecho de Ormuz, el precio del barril podría escalar hasta los 120 o incluso 130 dólares, una situación que no se veía desde crisis energéticas históricas.
No solo el crudo está bajo presión; el gas natural también ha visto subidas notables. Esta doble presión afecta especialmente a Europa, que depende en gran parte de importaciones para cubrir su demanda energética, y a países asiáticos, principales compradores de gas licuado exportado por la región del Golfo.
Las consecuencias inmediatas empiezan a notarse en los precios de la gasolina en países como Estados Unidos, donde el coste medio del galón ya asciende y amenaza con incrementos adicionales en los próximos días. Analistas advierten de que si la crisis se prolonga, el precio medio de la gasolina podría superar fácilmente los 3,40 dólares por galón, e incluso rebasar los 5 dólares si la situación se agrava.
Expertos como Patrick de Haan señalan que el aumento de precios podría trasladarse directamente a los consumidores, incrementando el coste no solo del combustible, sino también de la electricidad —especialmente por el impacto en las centrales de ciclo combinado y el mix energético europeo— y en productos básicos por el encarecimiento del transporte.
Mercados financieros, inversiones y activos refugio
La reacción de las bolsas internacionales ha sido, por el momento, menos dramática de lo que cabría esperar ante un evento de esta envergadura, aunque los analistas coinciden en que la semana se presenta volátil y con caídas potenciales. Los índices europeos y estadounidenses han retrocedido entre el 1,5% y el 2% desde el inicio de las hostilidades, si bien el mercado está a la espera de movimientos más bruscos según evolucionen los acontecimientos.
En sentido contrario, el oro, los bonos del Tesoro de Estados Unidos y el dólar norteamericano han reforzado su papel tradicional como valores refugio. El dólar se ha apreciado cerca de un 0,9% desde el inicio del conflicto, mientras la demanda de cobertura en los mercados se incrementa para protegerse de un posible empeoramiento de la situación.
La bolsa de Israel ha sorprendido con subidas históricas, reflejo de la percepción de algunos inversores de que el paso dado por Washington podría abrir la vía diplomática. Sin embargo, en el resto de Oriente Medio, los mercados reflejan más cautela, con movimientos mixtos según la proximidad y el peso de cada país en el tablero energético.
En cuanto a los inversores, los principales gestores de fondos y bancos recomiendan, por ahora, mantener la calma, diversificar carteras y favorecer sectores defensivos como la energía, el oro, consumo básico y salud. La historia sugiere que los pánicos geopolíticos suelen tener efectos temporales sobre las bolsas, pero la incertidumbre actual invita a no bajar la guardia.
Riesgos económicos y políticos a medio plazo
Un factor clave es el impacto indirecto que la inflación energética puede tener en las políticas monetarias de los bancos centrales. Con los precios en alza, la posibilidad de que la Reserva Federal, el Banco Central Europeo u otros bancos centrales retrasen o suspendan recortes de tipos de interés cobra fuerza. Esto afectaría al euríbor, el coste de las hipotecas, la actividad empresarial y, en última instancia, el empleo.
Además, la propia incertidumbre política y las posibles represalias de Irán —como ya ha advertido el Parlamento iraní, que ha recomendado formalmente el cierre del estrecho de Ormuz— suman presión sobre la economía global. El riesgo de una estanflación, donde el crecimiento económico se frena y los precios suben, se convierte en una preocupación real para analistas e instituciones.
Algunos expertos advierten que una subida sostenida del 20%-30% en el precio del petróleo podría reducir el crecimiento mundial entre un 0,5% y un 1%, mientras la inflación al consumidor experimentaría un repunte proporcional.