La evolución de la deuda pública vuelve al primer plano con cifras que, en el caso español y europeo, muestran un comportamiento dispar respecto a otras grandes economías. En nuestro país, la combinación de crecimiento nominal, contención del gasto y mejora de ingresos está permitiendo recortar la ratio deuda/PIB desde los máximos alcanzados tras la pandemia.
En paralelo, algunos socios del entorno y referentes internacionales afrontan una dinámica más exigente: Francia convive con un gasto público elevado y una deuda abultada, mientras que Estados Unidos encara mayores costes de financiación y tensiones políticas recurrentes por el techo de deuda. Este escenario, con luces y sombras, condiciona el acceso a mercados y los planes fiscales a medio plazo.
España y Francia: dos trayectorias que se separan
La comparación con Francia deja varias claves sobre la mesa: el gasto público francés ronda el 57% del PIB, unos 12 puntos por encima del peso del gasto en España. En deuda, Francia cerrará el año cerca del 116% del PIB (109,8% en 2023), mientras que España se mantiene ligeramente por encima del 100%, nivel que, aun siendo alto y superior al de la mayoría de economías avanzadas, desciende desde el 115,6% de 2021.
En el caso español, la bajada de la ratio deuda/PIB se apoya en un fuerte crecimiento del PIB nominal desde 2021 (cerca del 28,8%) y en la reducción del déficit primario, que ha pasado del 4,5% del PIB en 2021 a un balance prácticamente equilibrado previsto para 2025. A esto contribuyen unos ingresos públicos que han avanzado un 27,2% en el periodo 2021-2024, frente a un gasto más moderado (+16% excluyendo intereses y partidas extraordinarias como las asociadas a la DANA).
La retirada gradual de las medidas para amortiguar el encarecimiento energético también ayuda a reconducir las cuentas. Con la ejecución presupuestaria en mano, el déficit público se situó en 3,2% del PIB en 2024 y apunta a quedar por debajo del objetivo del 2,8% en 2025. En contraste, Francia se movería en el entorno del 5,5% del PIB, reflejando tensiones más persistentes.
Otra pieza clave es la estructura de financiación. España aprovechó los años de compras de los bancos centrales para alargar plazos y mantiene una vida media en circulación cercana a 8 años. Hasta agosto de 2025, el 33,9% de las nuevas emisiones vencía a un año o menos (31,3% un año antes), y la vida media de las emisiones de 2025 se situó en 6,6 años (frente a 7,2 años en los ocho primeros meses de 2024). Pese a ese leve ajuste en nuevas colocaciones, la vida media del stock se mantiene estable; en Francia se observa una ligera reducción de la vida media.
Conviene no perder de vista el contexto internacional: aproximadamente el 75% de las economías desarrolladas presenta niveles de deuda inferiores al de España. Aun así, el diferencial con Francia y la mejora del déficit primario refuerzan la lectura de que el recorrido reciente español ha sido relativamente más favorable, con el reto, eso sí, de sostener esta senda cuando la política monetaria siga normalizada.

El espejo internacional: Estados Unidos y la sostenibilidad
La referencia estadounidense aporta pistas útiles sobre la sostenibilidad a largo plazo. En la última década, la deuda federal de EE. UU. ha aumentado en torno a 20 puntos del PIB, marcando un máximo en 2020. Aunque retrocedió después, los consensos apuntan a que el ratio deuda/PIB volverá a subir durante el horizonte de previsión.
De hecho, varios paneles sitúan la deuda en el entorno del 127% del PIB en 2028 (con estimaciones más pesimistas cerca del 133%). Este repunte vendría de déficits medios en torno al 6% del PIB, superiores a los de Canadá, la zona euro, Japón o el Reino Unido (0%-3%), presionados por el envejecimiento y el gasto sanitario, y por un apetito político limitado para subir impuestos o recortar gasto.
EE. UU. cuenta con factores de apoyo: un crecimiento real a largo plazo en torno al 2% anual (frente al 1,5% de la zona euro y el Reino Unido), la condición de activo refugio de sus bonos y el papel del dólar como moneda de reserva. Eso mantiene la demanda externa de Treasuries, pero no neutraliza los mayores costes financieros provocados por unos rendimientos elevados.
El servicio de la deuda se ha encarecido de forma apreciable y, según estimaciones de analistas, los pagos por intereses podrían acercarse a un 4,6% del PIB en 2025 antes de moderarse hacia el 3,4% en 2028, cifras claramente por encima de niveles prepandemia. En paralelo, el techo de deuda —fijado en términos nominales— vuelve cíclicamente al debate político, con el consiguiente riesgo de bloqueos en la emisión.
En conjunto, el mercado sigue confiando en la solvencia estadounidense a corto y medio plazo gracias a su credibilidad y profundidad financiera. No obstante, dejar que la deuda crezca sin freno y someterla a episodios políticos recurrentes puede erosionar el margen fiscal con el tiempo, una advertencia que las economías europeas, España incluida, observan con atención para blindar sus anclas de sostenibilidad.

La fotografía que dibujan estas cifras es clara: España avanza en consolidación fiscal y perfil de vencimientos, Francia afronta presiones más intensas y Estados Unidos combina fortaleza estructural con tensiones de coste e institucionales. Mantener ingresos dinámicos, gasto selectivo y una estrategia de emisión prudente seguirá siendo decisivo para que la deuda española continúe reduciéndose en términos relativos y resista mejor la fase de tipos más altos.